jueves, 10 de diciembre de 2015

'Hospital General Ramiro de Maeztu'

No tengo noticia de ningún instituto, colegio, escuela o centro educativo de enseñanza media que haya tenido unas instalaciones médicas comparables con las del Ramiro de Maeztu. Lo normal, en la inmensa mayoría de los casos, era disponer de una modesta enfermería y poco más. Pero el Ramiro no fue fundado como un instituto cualquiera (lo sabemos bien) y, hasta en este aspecto, fue un caso excepcional. Pese a ello, el famoso libro de presentación del Ramiro, al que ya nos hemos referido en otras ocasiones, es muy escueto en su canto a las excelencias de nuestro servicio médico:

















Pero esta brevedad en el texto se ve compensada con hasta siete imágenes de diferentes instalaciones médicas, algunas de ellas desconocidas para nosotros. ¿Habían desaparecido ya en nuestra época o, simplemente, nunca tuvimos acceso a ellas?
Sin duda, conocimos la sala en la que pasábamos el reconocimiento médico y, también, la de rayos X, pero ¿quién sabía que teníamos un quirófano, un laboratorio de análisis clínicos o un gabinete de odontología, todos ellos perfectamente equipados? Pues aquí están, por si alguno lo duda:


















































































































Todas estas instalaciones, modernísimas para la época (debieron estar ya disponibles en la segunda mitad de los años cuarenta) se encontraban situadas en el edificio de la Residencia Generalísimo Franco, que había sido por un corto período de tiempo (de mayo a octubre de 1939), cárcel de 'mujeres madres' y en el que, en noviembre de ese mismo año, tuvo lugar la apertura oficial del primer curso docente del Instituto Ramiro de Maeztu, el 1939-40. 

Como sucedió con tantas otras cosas (algunas de gran valor) de nuestro Instituto, todas estas instalaciones desaparecieron, de forma definitiva, cuando, ya en época reciente, el edificio fue canjeado por el de los talleres con el CSIC. Muebles, material y enseres de todo tipo desaparecieron para siempre, al igual que una buena parte de los que estaban en el Internado Hispano-Marroquí, cuyo edificio se reintegró a la Residencia de Estudiantes.


























Uno más de múltiples expolios sufridos por el Ramiro a lo largo de su accidentada historia. Por suerte, hoy nos quedan estas fotografías para perpetuar el recuerdo de aquellas instalaciones clínicas singulares.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Cuatro fotos sugerentes y un misterio

La celebración del pasado 20 de junio dio para mucho. No solo quedarán de ella en nuestra memoria todas aquellas imágenes vividas en primera persona por cada uno de nosotros, sino que, también, van a permanecer en el recuerdo otras, menos concretas, pero poseedoras de un significado muy intenso, pese a que hayan quedado recogidas como meras instantáneas, relativamente casuales.
Aquí, vamos a compartir cuatro fotografías poco corales, pero llenas de sugerencias implícitas. De ellas resaltaremos algún aspecto que nos llame la atención a primera vista, aunque lo más importante será lo que cada una de estas imágenes os pueda transmitir a quienes os vais encontrando con ellas. Porque, si bien todos tenemos muy grabados aquellos momentos, más o menos, 'oficiales' del acontecimiento, estoy seguro de que, de igual modo, somos muchos los que nos hemos quedado con detalles particulares, más íntimos, que, siendo protagonizados por unos pocos, los sentimos como colectivos y, desde luego como propios.
La primera de las fotos es excepcional. En ella vemos a un Álvaro Martínez-Novillo pensativo, avanzando por un pasillo que recorrió mil veces, inmerso en un universo en el que colisionan pasado, presente y futuro, produciendo un efecto interior, a la vez, secreto y evidente.

Al fondo, en la puerta del 'aula 218', la promoción de 1965 sigue debatiendo, entusiasmada, sobre algunos pormenores de los mejores años de nuestras vidas. Perspectiva y luz aumentan la profundidad emocional de la escena...

A continuación, una imagen estática, a primera vista casi intrascendente, nos muestra un espacio en fuga hacia un final desconocido, a través de un territorio mucho menos frecuentado por los alumnos que el de la instantánea anterior. 

Un mármol impoluto y un aluvión de intensa luz nos hace suponer que el tiempo sigue paralizado en ese corredor, eterno (y, por lo tanto, inmortal) ante nuestros ojos infantiles, ansiosos de encontrarse con cualquiera de aquellos viejos profesores, ahora ya desprovistos de toda connotación que no sea cariñosa y evocadora para el renovado ánimo de sus alumnos, que hoy añoran hasta lo que entonces pudieron llegar a temer de ellos (que, ya lo sabemos, siempre fue insignificante en comparación con lo que nos dieron).
Poco importan en ella los bancos y el arcaico pupitre desubicados o las famélicas y un tanto deslavazadas plantas, que se alinean a ambos lados. Lo que cuenta es la profundidad, la lámpara, los cuatro escalones negros del fondo... 
Todo ello conforma un encuadre que invierte el valor del paso del tiempo entre dos superficies blancas paralelas.

Magnífica es la tercera foto. Y merecedora de una atención detallada. De momento, la composición de la escena ya es una obra de arte, en sí misma.
Manolo Rincón (nuestro compañero del 64 que ejerció de cicerone en la visita y que, junto a Rosa María Muro, es el mayor baluarte de la memoria del Ramiro) señala la fotografía, pegada a la pared, del vetusto telescopio del observatorio del Instituto, llamando la atención de Elías Coronado, quien se vuelve, atento a las siempre interesantes explicaciones de Manolo.
Dos promociones descendiendo juntas desde las alturas de una historia común hacia el retorno a la realidad de un universo de recuerdos.

La cuarta nos lleva a la escalera principal del edificio. Una escalera luminosa y vacía, de no ser por la reposada presencia de Juan Pedro Pérez Escanilla y Eusebio Núñez. Ambos comentan, relajados, las primeras incidencias de un día que todavía tiene mucho por vivir. ¿Qué le estaría comentando Núñez a su antiguo compañero? Probablemente lo mismo que cada uno de nosotros compartíamos en el esperado reencuentro con aquellos con quienes tantas veces subimos y bajamos por unas escaleras salvadas milagrosamente de los desconsiderados horrores del tiempo, que tanto han perjudicado a buena parte de la obra de Arniches y Domínguez, reformada en profundidad por Sánchez Lozano.
De nuevo, las luces y las sombras de una y otra parte de la escalera juegan un papel fundamental en el sugerente resultado de la fotografía.

























Pero vamos a cerrar este viaje en el espacio-tiempo (aprovechando el centenario de la publicación de la Teoría de la Relatividad) adentrándonos en una parte de la ecuación no resuelta por el bueno de Einstein.
En nuestra constante búsqueda de material inédito del Ramiro, nos hemos encontrado con algo sorprendente. Una fotografía en blanco y negro del vestíbulo del Instituto, tal como era allá por 1965. No sería una imagen nueva (hay muchas tomas de la amplia entrada del edificio principal) de no ser por un detalle que nos ha llamado poderosamente la atención, ya que, en aquellos años, solo había una placa en la pared: la dedicada a Ramiro de Maeztu, con su inscripción en latín y fechada en 1939, que hoy se encuentra en paradero poco conocido (y cuya recuperación y entrega a nuestro compañero, nieto del escritor de la generación del 98, yo defiendo).
Vemos esa placa, sí, en la pared del fondo, sobre un banco. Sin embargo, no es la única que aparece en la imagen. Otra se observa con nitidez en la parte central, entre las dos puertas. No es una placa conmemorativa cualquiera. Es la placa de la promoción de 1965. Nuestra placa. ¿Cómo es posible que ya estuviese allí, en el mismo sitio en el que, cincuenta años después, fue descubierta por Paco Infiesta, en presencia de todos nosotros?

Pues eso, misterios del tiempo y el espacio, que son magnitudes flexibles, como ya apuntaba la célebre teoría que revolucionó la física hace un siglo.

martes, 10 de noviembre de 2015

Un laboratorio: Ciencias Naturales

El 20 de junio, tras el regreso de nuestra promoción a las aulas, se produjo una cierta dispersión del grupo. Dado que nuestra fotógrafa oficial carecía del siempre conveniente don de la ubicuidad, tomó la decisión de seguir a los que se dirigieron al laboratorio de Ciencias Naturales. No sabemos si fue la más acertada de las opciones pero, al menos, nos dejó algunas instantáneas dignas de ser recogidas en el blog y quedar, así, para la posteridad.

Para hablar de este singular laboratorio, nada mejor que empezar reproduciendo las palabras que de él se recogen en el ya mencionado libro del Instituto, publicado en la segunda mitad de la década de los años cuarenta:




Allí, tras escuchar las documentadas explicaciones de nuestro compañero del 64 Manolo Rincón, pudimos admirar las deterioradas pinturas al fresco realizadas por el señor Aragoneses (sobre cuyo nombre de pila existe alguna confusión ya que, al parecer, hubo dos hermanos, Carlos y Frutos, ambos profesores de dibujo en el Ramiro), fotografiarnos con los nobles restos de Garibaldi y observar lo poco que queda del trabajo de los acreditados taxidermistas, hermanos Benedito.



El aspecto del laboratorio (si a eso vamos, como tantos otros lugares del Ramiro), parecía indicar que seguía en uso, aunque tenemos que reconocer que el orden no era su cualidad más notable (que, sin duda alguna, era su historia).
Los comentarios más frecuentes estaban impregnados de considerables dosis de preocupación por su estado, más que por lo que se veía, por lo que brillaba por su ausencia y, sobre todo, por los pesimistas pronósticos que se cruzaban sobre su futuro.
Que el honorable pasado del Ramiro merece que en sus instalaciones se acometa una profunda intervención es tan evidente como improbable, por lo que nuestra visita conjugó la felicidad de recuperar nuestras vivencias de medio siglo atrás con el natural disgusto por la dolorosa constatación del deterioro de sus dependencias más nobles.



En cualquier caso, no estábamos dispuestos a sufrir, sino a disfrutar y, en consecuencia, la mayoría fuimos capaces de interiorizar nuestras críticas y dejar aflorar lo más importante que allí nos tenía reunidos (que no era otra cosa más que la inmensa alegría de estar, de nuevo, junto a nuestros compañeros, precisamente, en nuestro querido Ramiro). No es de extrañar, por tanto, que hubiese quien ni siquiera apreció los desconchones de las paredes pintadas por D. Carlos Aragoneses (¿o era Frutos?) y opinase que el bueno de Garibaldi estaba más en forma que nunca. Dicen que el amor es ciego.

Los doctores Martínez-Novillo y Valdés se saludan
González de Ubieta y Garibaldi sonríen a espaldas de un compañero sin identificar





González, Pueyo y Gracián tampoco quisieron faltar a la cita con Garibaldi


Motta y Gómez Martín frente a los frascos de culebras y lagartos























jueves, 5 de noviembre de 2015

Los talleres

Existe un libro (con extraordinaria información gráfica), publicado en la segunda mitad de los años cuarenta, en el que se recogen casi todos los aspectos más notables del Instituto Ramiro de Maeztu, expuestos en sus páginas con un entusiasmo más propio de animosos incondicionales (como nosotros, por ejemplo) que de los moderados redactores profesionales que deberíamos suponer (mal supuesto, claro está) eran los encargados de esas tareas.




El libro está editado con un evidente afán de ensalzar las virtudes de nuestro Instituto y, sin duda, persigue su difusión y promoción externa. Parece hecho bajo los auspicios del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, ya que hay otros dos de similar formato. Uno de ellos está dedicado al propio Consejo, y el otro, a la iglesia del Espíritu Santo. La curiosidad es que existe, también, una versión en inglés de los mismos. Nos preguntamos quién fue el responsable de convertir el triunfalista leguaje castellano de la posguerra en un texto inglés que, hasta escrito, tiene acento español.

Uno de los capítulos del libro (el titulado 'Trabajos Manuales') está dedicado a los talleres del Ramiro, una de las singularidades más particulares de un centro de estudios que destacaba en su época, sobre todo, por su excelencia académica, pero, también, por la importancia que se daba a otros aspectos educativos, como el deporte, las artes y, mediante estos talleres, a la aproximación a determinadas actividades artesanales, de índole manual.



Como todos sabemos de sobra lo que fueron para nosotros los talleres del Ramiro, transcribo, por lo colorista del texto original del libro, lo que en él se dice:

TRABAJOS MANUALES

Los talleres desempeñan la formación complementaria y contribuyen a educar la voluntad en un sentido de orden y disciplina. 
Constan de varias secciones: Automovilismo, Metalotecnia, Carpintería, Encuadernación, Imprenta, Aeromodelismo, Transmisiones y Fotografía. El trabajo manual en las diversas secciones es obligatorio a través de los diferentes cursos, no tomándose en consideración en los trabajos de los alumnos, la habilidad, pero sí la diligencia. Estos talleres educan en un sentido práctico de la vida y en ellos se realizan trabajos, tan finamente ejecutados, que en algunos casos, por ejemplo, los modelos confeccionados en la sección de Aeromodelismo han hecho posible su presentación en los concursos nacionales verificados en la Escuela militar del Cerro del Telégrafo y se han conseguido premios hoy exhibidos en el Instituto con legítimo orgullo.



No recuerdo que ningún compañero careciese, en el ejercicio de estas labores, de la diligencia exigida, pero sí me constan casos de habilidad reseñable, como puede apreciarse en algunos de trabajos finamente ejecutados (y publicados en nuestro álbum 'Imágenes 1965', esa magnífica recopilación de recuerdos, editada por Luis Bartolomé).








Tampoco soy capaz de acordarme de los talleres de Aeromodelismo y Transmisiones, pero me extraña que siguieran operativos en nuestra época y no nos hubiésemos peleado todos por estar en ellos, aunque es posible que sea mi memoria la que falle, una vez más. Porque lo cierto es que, en algún momento, existieron, como demuestran las bellísimas fotografías del libro que ilustran este artículo, además de la confirmación que hemos recibido de algún miembro de promociones anteriores.
Y de lo que tampoco hay duda es de que, fueran unos u otros, los talleres son otro de los muchos regalos especiales que el Ramiro tuvo para nosotros. ¡Qué suerte la nuestra!


sábado, 17 de octubre de 2015

Candil y el Club de Prensa del Ramiro

La revista Candil apareció por primera vez en enero de 1962, editada por el Club de Prensa del Ramiro que había nacido un par de años antes, uniéndose a otros ya existentes (como el Club Naturalista, creado en el curso 1958-59) y a los que iban surgiendo en paralelo (Pintura, Teatro y Cuestiones Actuales), encuadrados todos ellos en una iniciativa de la dirección del Instituto para ampliar las actividades educativas y formativas de los alumnos.
El Club de Prensa se había centrado, inicialmente, en realizar visitas a talleres y redacciones de periódicos, así como a la organización de conferencias y coloquios relacionados con el mundo de la prensa. Sin embargo, era obvio que el principal objetivo era llegar a lanzar una revista propia, realizada por los propios alumnos, lo que, como hemos dicho, se logró a comienzos del año 1962.
Según explicaba D. Tomás Alvira en el número 2 de la revista, cada uno de estos clubes tenía a un profesor al frente y el padre Cuéllar había sido nombrado (en fechas próximas al nacimiento de Candil) delegado de clubes, con el fin de coordinar sus actividades. También menciona Alvira la posible creación de un Club de Música que, por aquellas fechas, aún no estaba en funcionamiento.



Solo hemos conseguido los tres primeros números de la revista, todos fechados en 1962, si bien corresponden a dos cursos diferentes (enero y mayo, al de 1961-62; y diciembre al curso 1962-63). No sabemos si hubo o no más publicaciones en esta primera época, ya que los otros que obran en nuestro poder son de la llamada 'nueva época', de la que hablaremos más adelante.

Los números 1 y 2 proceden de la inagotable 'Colección Lozano', mientras que el 3 fue publicado por Vicente Ramos en el blog de la promoción 1964, gracias a la aportación de sus compañeros José Luis Pérez Nieto y Rafael García-Fojeda.
Precisamente en la segunda página de este número 3, aparece un dato de especial relevancia: el director de la revista (y hay que suponer que del Club de Prensa) era Carlos Cano, el polifacético educador que todos conocimos muy bien. Es muy probable que los editoriales y algunos de los artículos de portada (como el del número 1, firmado 'C.C.') fuesen escritos por él.

En esta época inicial, la revista tenía una muy buena presentación formal, una más que correcta maquetación y estaba impresa con calidad por empresas de artes gráficas profesionales, como queda patente en sus respectivos pies de imprenta.

Candil nº 2 (página 5)
El contenido trataba de ser variado, incluyendo entrevistas y reportajes, tanto con personajes del Ramiro como con otros del exterior. Sin embargo (y no entrando en los contenidos de índole política o de opinión que, como no puede ser de otra manera, son los que corresponden a la época en la que están escritos), me llama la atención que las tres portadas sean de tema religioso.
Puede que sea una coincidencia. 

En cualquier caso, lo que más nos gusta de estos tres números de Candil es la presencia en ellos de algunos compañeros de nuestra promoción. Así, en la página 5 de la revista de mayo tenemos un fantástico reportaje de la masiva ceremonia de confirmación (más de 900 alumnos) que tuvo lugar el 8 de marzo de 1962 en la iglesia del Espíritu Santo, celebrada por el obispo auxiliar de la diócesis, doctor García Lahiguera. 
Y, ¡cómo no!, los portadores de la bandera son dos compañeros: Manolo Cociña (que ya apuntaba maneras) y Félix Cifuentes. Nos ha encantado ver esta fotografía. Por cierto que debajo de ella, Pedro Lozano (hermano pequeño de nuestro Juan Ramón) aparece, en presencia del padre Gabino, diciendo al obispo que se acordaba del día de su bautismo (es una anécdota real). Al parecer, le habían insistido tanto en que debía contestar respetuosamente: "Sí, señor obispo" que no dudó en responder de esta manera a la pregunta del doctor García Lahiguera de si recordaba el día de su bautismo...

Manolo y Félix estuvieron presentes (cincuenta y tres años, tres meses y doce días después) en nuestra celebración del pasado 20 de junio. Allí nuestra fotógrafa oficial tomó varias instantáneas de su reencuentro y una de ellas parece apropiada para combinarla con la imagen publicada por Candil...

El tiempo pasa, la amistad permanece




También la página 10 del número 3 nos trae recuerdos de nuestra promoción. En un artículo sobre los equipos infantiles de baloncesto aparece la foto del Estudiantes 'Greco', en la que vemos (bien sonrientes y felices junto a su entrenador, José Ángel Gárate) a Martínez Dols, Pastor Sánchez, Infiesta, el mago Tofiño, Searle, Falcones, Díez del Corral, Jesús Magariños, San Millán y Villarejo. ¡Qué bien eligieron la fotografía los chicos de Candil!

Candil nº 3 (página 10) y el Estudiantes 'Greco'


Años más tarde, en 1967, vuelve a publicarse la revista, esta vez con un nuevo logotipo (mucho más moderno) y la apostilla 'Nueva Época'. En la portada de su primer número (febrero) podemos leer: 
"Otra vez sale Candil a la luz, pero no el mismo Candil que hace unos años leísteis. Y no es el mismo porque pretendemos que sea otro. Queremos hacer un Candil remozado, nuevo, distinto, con más brío, más valiente.
Nuestro deseo es que os guste Candil, os interese, en una palabra, que lo consideréis como vuestro, porque de verdad lo es.
Por eso necesitamos sugerencias, colaboraciones, ayuda, mucha ayuda con la cual ya desde ahora mismo contamos".

Nuestra promoción ya no estaba en el Ramiro, por lo que no vivimos esta etapa. Sus tres primeros números se mantienen en blanco y negro, apareciendo la cabecera en color (rojo) a partir del de la segunda quincena de abril. En el siguiente hay un par de detalles más en rojo y en el 'Año II - Número 8' (no tenemos seguridad en la numeración de los anteriores, que no figura en sus portadas) cambia el logotipo (ahora en blanco sobre fondo rojo). El número de Navidad tiene cinco tintas en la portada (negro, rojo, verde azul y ocre) y varias páginas con detalles y textos resaltados en rojo. El nuevo logo parece estar ya consolidado en esta Navidad de 1967.

Candil 'Nueva Época', curso 1966/67
Está claro que la 'nueva época' de Candil nace con otras ambiciones, más orientadas hacia una información más libre y menos condicionada por los criterios 'oficiales' del Instituto. El Club de Prensa reclama su independencia y hace algún manifiesto  en defensa de la prioridad del contenido sobre el continente. Pero parece que vive inmerso en una situación de conflicto. Hay un enfrentamiento evidente entre la redacción (compuesta en su totalidad por alumnos de sexto) y sus compañeros de Preu. Ni siquiera la presencia de Tomás Alvira hijo entre los más veteranos del Club de Prensa resuelve un contencioso que, también, alcanza a una parte de la propia institución...
Lo que es evidente es que el resultado del nuevo Candil no mejora el de 1962 en el contenido (errático y bastante desorganizado, aunque más independiente como proyecto editorial) y lo empeora, notablemente, en el aspecto formal (sobre todo, en las páginas interiores), si bien es cierto que los últimos números (curso 1967-68) están algo más conseguidos que los cinco primeros (febrero-mayo de 1967).

Candil 'Nueva Época', curso 1967-68


Sea como fuere, no tendría especial interés para nuestra promoción lo relacionado con esta 'nueva época', de no ser por algunas informaciones y noticias aparecidas en alguno de estos últimos números, de las que ya hablaremos en otra ocasión. Una de ellas, por cierto, se ha convertido en todo un enigma que está en fase de investigación y que trataremos en su momento, cuando seamos capaces de conciliar las fuentes que, por ahora, están en frontal contradicción. 
Por el momento, nos limitaremos a lanzar una pregunta sorprendente: ¿Hubo dos piperos en el Ramiro? 

viernes, 25 de septiembre de 2015

Treinta y cuatro profesores y siete personas inolvidables

Han llegado hasta nosotros (a través de Rosa María Muro y Manolo Rincón, cuya impagable labor como guardianes incansables de la historia del Ramiro es digna de permanente elogio y gratitud) dos composiciones fotográficas que, según parece, están realizadas por la promoción de 1952. Ellos salieron del Instituto antes de que nosotros empezásemos en la Prepa y tuvieron un elenco de profesores tan notable como el nuestro, del que más de la mitad seguía en sus puestos cuando empezamos el bachillerato, en 1958. 
La curiosa presentación en la que aparecen las fotografías de los treinta y cuatro profesores que se juntan en esa histórica y poco frecuente orla académica, hace de ella un documento singular.
En la composición vemos a cinco 'futbolistas' (entre los que no se encuentra un joven Sr. Pepín, tan elegante como siempre). Otros, se muestran con el aspecto que de ellos tenemos grabado en nuestra memoria... pero también hay fotos que llaman la atención, como la de Monseñor Gabino López Morán, o la de una bellísima Srta. Lucila Utrilla ('señorita', tal como especifica su pie de foto). 
Como el Sr. Pepín, hay unos cuantos de rostro juvenil y, muchos, sonrientes (a mí me parece que sonríen hasta los que están serios). Probablemente esas sonrisas se dibujan en sus labios al observarnos mirándoles con gesto embobado y nostálgico. No en vano ellos son los profesores y nosotros tan solo sus alumnos. Una condición que no perderemos nunca, claro.

Otra cosa curiosa que me ocurre (y dudo que me pase solo a mí) es que, a medida que voy centrando mi atención en una u otra parte del grupo, me da la sensación de que se mueven. Levemente, como si no quisieran que nos diésemos cuenta de que lo hacen... de reojo ves a uno que gira su cabeza, acentuando la sonrisa y, cuando fijas la mirada en él (con rapidez, como queriendo pillarle), se queda estático, inmóvil, practicando un permanente juego del 'escondite inglés' del que siempre salen vencedores. Saben más que nosotros. Y son más listos. Siempre lo fueron. Gracias por seguir ahí, pendientes de todo. Gracias.

La segunda composición tiene menos fotos, pero es igual de extraordinaria. En ella han reunido a siete personas tan inolvidables (algunas, más) como los profesores. Los de la promoción del 52 han titulado este grupo 'Personalidades entrañables'. Y a fe que lo son. Cuatro hombres y tres mujeres sin los que el Ramiro no hubiese sido un lugar tan bueno ni tan especial. Inteligencia, bondad, sabiduría... y un amor infinito a la institución y a sus alumnos.
Siete magníficos que nos cuidaban, nos entendían y nos educaban con su ejemplo, con su actitud, con su permanente compresión hacia unas inquietudes que sabían valorar y entender. Son personas inolvidables. Nos gustan. 
Y tendrán, como se merecen, nuestra eterna gratitud y nuestro permanente recuerdo. A vosotros, también, gracias por todo lo que nos habéis dado. Seguid cuidando de nosotros, por favor. Os necesitamos.






miércoles, 2 de septiembre de 2015

El 'autopullman' de los sueños

El programa del ya varias veces comentado viaje a Italia lo dejaba bien claro: no era un autobús. Ni un autocar. Era un 'autopullman'.
Observando con detenimiento la impagable fotografía aportada por Luis Bartolomé, no nos queda ninguna duda. Los cuidados detalles de su carrocería dejan claro que se trataba de un Pegaso de última generación, recién matriculado (M-431026 es de 1965 y, puesto que nuestra excursión partió de Madrid el día 2 de abril, el margen desde su puesta en circulación es de unos pocos meses) y lleno de bonitos y elegantes cromados, de esos que ya no se llevan desde hace muchos años.
También los reposacabezas de los asientos (bordados con las iniciales PG) nos indican que la empresa propietaria era de un buen nivel. Solo los equipajes atados en la baca del vehículo (puede que, pese a su modernidad, no tuviese maletero) parecían poner en tela de juicio la calidad del servicio contratado por el Ramiro. Por cierto que tuvimos un buen susto por llevarlos tan a la vista.


Para compensar la elegancia del 'autopullman', el programa mecanografiado del viaje (titulado 'Forfair' 3.052 y sin membrete que identificase a la agencia organizadora), con algunas tachaduras y correcciones a mano, ayudaba a rebajar las expectativas de nuestro apasionante periplo por tierras italianas, francesas y españolas.


De lo que no cabe discusión (ya que estamos convencidos del irreprochable comportamiento nocturno de todos los componentes de la expedición) es de que el 'autopullman' completaba sus prestaciones mecánicas con un confort extraordinario, capaz de conciliar el sueño hecho realidad de nuestro viaje de fin de curso con otros menos románticos pero, probablemente, más reparadores...
Para dejar constancia indiscutible de ello, Antonio Almagro retrató a unos cuantos compañeros, cuya rendición incondicional ante el acoso de Morfeo queda patente.

En la primera foto, Herrero trata de disimular ante el objetivo de Almagro, entreabriendo los ojos, mientras que Lloréns está sumido en un reconfortante sueño, al igual que muchos otros:


Biarge
González Esteban


























Por suerte, nos deja otro documento gráfico en el que se aprecia cómo algunos miembros del grupo aún son capaces de resistir el asedio (al menos, durante un tiempo). Y aquí podemos ver, tras unos felices Herrero (ahora ya profundamente dormido) y Lloréns, a Sánchez López, Nombela, Castanyer y creo que Pérez Alonso y yo mismo, intentando aguantar el sueño (aunque seguro que unos minutos más tarde ya habíamos pasado a engrosar las filas de los durmientes).



























Y, para terminar, una fotografía que nos ha enviado Vicente Ramos (por lo tanto, correspondiente al viaje del año anterior al nuestro), en la que comprobamos que D. Pedro Dellmans tampoco era ajeno a los efluvios que distibuía el hijo de Hipnos. Es de suponer que, un curso más tarde, el bueno de D. Pedro también compartió nuestros sueños... 

Junto a D. Pedro Dellmans,  Gonzalo Sánchez del Cura (Promoción 1964)

















domingo, 2 de agosto de 2015

Magariño's Café

He aquí la prueba irrefutable de que dieciséis valientes acudieron, el martes 28 de julio, al Magariño's Café (ese nuevo local que ha surgido en la esquina de Serrano con Jorge Manrique, en el interior del Polideportivo Antonio Magariños). El local (que ya conocieron quienes, tras asistir a los festejos del día 20 de junio, se quedaron allí hasta tarde) cuenta con una estupenda terraza que, dada la temperatura reinante, no invitaba en esta ocasión a permanecer en ella. Así que la reunión se produjo dentro.
Pero, dentro o fuera, este grupo no quiso perderse la oportunidad de rememorar la todavía reciente celebración de junio. Allí nos quedamos algunos hasta que nos echaron, aunque hay que decir que cuatro inconscientes se quedaron, incluso más, aposentados en el banco de la parada de autobús cercana (por desgracia, hace tiempo que por Serrano no pasa el trolebús 101), ayudando a Bartolomé en los últimos retoques de su gran obra (el Libro Gráfico Digital del Cincuentenario), que muy pronto verá la luz, para solaz y alegría de jóvenes y mayores (que, en este caso, son los mismos).
Los demás se escaquearon habilidosamente, haciendo gala de esa depurada técnica, desarrollada durante los años del Ramiro para justificar en casa los motivos de un 'sobre y carta' o del '1' que nos había puesto en el Diario de Clase el padre Agustín.



Eso sí, todos nos lo pasamos estupendamente y nos alegramos mucho de tener con nosotros a Enrique Soto, con más ánimos y energías que ninguno. Antonio Almagro pudo quedarse esta vez a disfrutar de la reunión completa y Luis Bartolomé (que había acreditado, mediante oportuno justificante, su ausencia el día 20 de junio), no solo hizo acto de presencia, sino que vino dispuesto a a trabajar (si bien, como ya he dicho antes, no encontró excesivo eco entre los presentes).
Y, por si todavía queda algún despistado que no reconoce a los fotografiados, relacionamos sus nombres, siguiendo el orden habitual (de izquierda a derecha).
De pie: Álvaro Martínez-Novillo, Paco González, Gonzalo López Solana, José Felipe Sáenz, Juan Ramón Lozano, Carlos Bustos, Mariano Gomá Matilla, Antonio Almagro, Marciano Cirujano y Paco Infiesta.
Sentados: Carlos Ubieta, Félix González Salcedo, Enrique Soto, José María Padrino y Tono Tagle. Agachado: Luis Bartolomé.

viernes, 31 de julio de 2015

Vuelta a clase

Hacía cincuenta años que teníamos la ilusión de volver a sentarnos en una de aquellas aulas que, según nuestro punto de vista, habían permanecido absolutamente vacías y tristes durante ese medio siglo, tan solitario para ellas...

Cincuenta años esperando nuestro regreso...




Bien es cierto que el regreso a las clases tenía lugar, en nuestros años de bachillerato, a primeros de octubre (casi siempre, el día cuatro, San Francisco de Asis), pero en esta ocasión no estábamos dispuestos a esperar tanto, así que no quisimos dejarlo para el día de mi santo y el veinte de junio nos sentábamos, de nuevo, en esas sillas y frente a esos pupitres que si no eran los mismos, lo parecían,
Han desaparecido los armarios (los nuevos alumnos habrán tenido que desarrollar nuevas técnicas para superar los exámenes, porque no creo que quepan en esos casilleros tan ridículos), hay un enorme panel de corcho en la pared trasera y las pizarras (no sé si es más correcto decir 'encerados') parecen mucho más pequeñas que aquellas 'panorámicas' de nuestros días. Pero los ventanales eran los mismos (o casi), con sus características divisiones cuadradas, tan representativas de un estilo arquitectónico bellísimo que, con el paso de los años, ha sufrido tremendas agresiones, difíciles de asumir con entereza.

Entrando a clase con formalidad y orden (y sin necesidad de ser vigilados por los 'educadores')

Sin que fuese un acto premeditado, nos sentamos todos mezclados. A, B, C, D, E y F se fundieron en una nueva letra que no está en el alfabeto, pero que todos llevamos dentro. Puede que fuese la R de Ramiro y que, con la emoción, no estuviéramos en condiciones de distinguirla. Pero nos gustó. Allí estábamos todos juntos. Me pareció que no éramos un curso, sino que, más bien, nos comportábamos una sola clase, aunque tuviésemos que posar dos veces por eso de que nuestras aulas eran de cuarenta plazas.

¡Ordozgoiti y Herrero, de 'seis a nueve'!
La nota de conducta general fue buena, aunque unos cuantos compañeros se ganaron quedarse 'de seis a nueve' por hablar en clase y otros se libraron de milagro. Infiesta solo fue apercibido por sentarse mal, pero no era merecedor de castigo alguno. La buena noticia es que no hubo ningún 'sobre y carta'.

Señor Infiesta, siéntese bien... señores Merino y Pueyo, un poco de atención, por favor
García Delgado, ¡deje de reírse del profesor!








¡Buenos alumnos, sí señor!








¡Qué contentos los de la última fila!









Tagle y García Miján, ¡dejen ya de enseñarse fotos del Estudiantes y atiendan!

¡Tagle y García Miján, 'de seis a nueve'... y Morón, a la próxima!