viernes, 6 de mayo de 2016

Por qué queremos a D. Antonio

Desde tiempo inmemorial, esta pregunta ("¿Por qué quieres a...?") ha sido una de las más difíciles de responder con precisión. Sabemos a quién queremos, sí, pero cuando nos vemos en la tesitura de concretar las causas, nuestra elocuencia se ve perturbada por la casi inevitable mezcla de razones y sentimientos, que complican la claridad de nuestra disertación. Y es algo que nos sucede, incluso, cuando estamos hablando con nosotros mismos.
Uno de los motivos más frecuentes de la confusión suele ser consecuencia, precisamente, de nuestros poco eficaces (aunque concienzudos) intentos de racionalizar los sentimientos.

Para resolver este conflicto en nuestra mermada expresividad, solemos recurrir a métodos tan expeditivos como el "¡porque sí, y ya está!", o a otros algo más sutiles, como el utilizado en el ya antiguo anuncio de BMW Serie 3 Coupé, que tanto éxito tuvo en su día (quien no lo recuerde, puede verlo en este enlace).

Que a don Antonio Magariños le queremos está fuera de toda duda. Sobre todo, cuando, como ahora, disfrutamos de una perspectiva vital amplia, muy amplia. Cuando contemplamos sus gigantescas virtudes desde el medio siglo que nos separa de él, somos conscientes de que emergen con poderosa energía sobre el respeto que nos infundía (y que le seguimos teniendo), fruto de su auctoritas innata.

Don Antonio decidió dedicar su vida a la formación de la juventud, en esa etapa tan crucial que va desde la niñez al final de la adolescencia. Para ello, renunció a otras posibilidades que su inteligencia, preparación y conocimientos le brindaban, en una España en la que no sobraban los intelectuales con reconocida capacidad para la docencia universitaria, como era su caso. Nosotros, los alumnos del Ramiro de Maeztu anteriores a 1966, tuvimos la inmensa fortuna de cruzarnos con él.

Nuestro compañero Álvaro Martínez-Novillo ha escrito unas líneas en las que se resume, con enorme acierto, la semblanza de un hombre notable, generoso y difícilmente repetible. A muchos nos hubiese gustado leer estas palabras en el documento de presentación de su homenaje, así que las transcribo aquí para que sean acogidas como tal. Especial mención merece el último párrafo, en el que Álvaro nos recuerda a quienes fueron nuestros compañeros, sus hijos. Para ellos también es el homenaje dedicado a su padre:


Si no supiéramos determinados detalles de su biografía, e intuyéramos otros más profundos de su personalidad, resultaría paradójico que una persona con un perfil académico tan universitario como don Antonio Magariños, decidiese consagrar su laboriosa vida a los alumnos de bachillerato, cuando él, apenas cumplidos los veintitrés años, ya había accedido a una plaza de profesor ayudante de don Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca.

No es un misterio que don Antonio había decidido consagrar su vida para evitar que se repitieran los terribles hechos que condicionaron la vida de los españoles de su generación. Estaba firmemente convencido que era en la enseñanza media donde mejor se podían educar los jóvenes espíritus en los valores humanos. Y no sólo a los jóvenes, porque no se puede entender su entrega total al instituto sin pensar en el nocturno pensado para trabajadores que buscaban en el estudio una vida mejor.

A punto de abandonar ya el Ramiro, Magariños nos explicó, con cierta viveza, a los de 'letras', cómo Virgilio retrataba sin falso heroísmo a quienes habían participado en el dilatado asedio de Troya: “Fracti belli fatisque repulsi tot iam labentibus annis” –“Cansados de la guerra y rechazados por los hados, después de transcurridos tantos años”-, porque  Antonio había conocido aquello que el poeta narraba...

Cuentan que Unamuno recordaba a sus alumnos que la palabra “disciplina” procedía de la latina “discipulina”, explicándoles que la disciplina no era algo que acabase en sí misma, sino que era un medio necesario para poder atender al maestro y así alcanzar el conocimiento que les brindaba. En este sentido debemos interpretar el continuado esfuerzo de Magariños en inculcarnos un sentido de responsabilidad.

Pero no fue solo su figura la que nos influyó, sino también la de sus hijos, nuestros compañeros y amigos, cuyo recuerdo no consigue borrar el tiempo.


Hay muchos motivos para querer a don Antonio. Nosotros los conocemos bien, los sentimos en nuestro interior y estamos deseando exteriorizarlos para compartirlos con el mundo, con esos compañeros más jóvenes que no tuvieron la suerte de conocerle en persona, con los profesores actuales del Instituto Ramiro de Maeztu...

Tal vez este amor por él y por su obra sea el mejor homenaje que podemos darle.