domingo, 12 de abril de 2015

Roma en blanco y negro

Recuerdo perfectamente que, en aquellos años, Roma era una ciudad en blanco y negro.
Es probable que en el pasado, sobre todo en los lejanos tiempos imperiales, hubiese sido tenido un colorido espléndido, pero cuando yo la conocí por primera vez, el día 6 de abril de 1965, era, sin la menor duda, una ciudad en blanco y negro.

El grupo del Ramiro, frente a la Basílica de San Pedro
Este hecho no restaba belleza, en absoluto, a sus innumerables monumentos antiguos, interés a sus calles ni majestuosidad a sus múltiples obras de arte, sino que, manteniendo la totalidad de sus fabulosos valores históricos y su enorme riqueza artística, conseguía acercarla al visitante, quien se sentía, sin remedio y de inmediato, parte integrante de ella.

La foto de nuestro grupo, frente a la sorprendentemente solitaria entrada principal de la Basílica de San Pedro, confirma mi teoría sobre la ausencia de color en aquella, ya distante, primavera romana.

Durante mucho tiempo pensé que mi primer alojamiento en Roma fue la Pensione Rampone, pero está claro que era porque me empeñaba en ello. Supongo que mi manía de vincular nuestra estancia en Roma con esa pensión (que, en realidad, estaba en Génova - Via Balbi 15 - y es donde comimos el día 5, camino de Pisa), estaba motivado por la especial sonoridad de un nombre cuya similitud con el adjetivo castellano 'ramplón' inducía a pensar en un alojamiento tirando a vulgar y chabacano.
La carta de mi padre, recibida en la Pensione Antares de Roma

Sin embargo, el programa del viaje (que conservo) deja bien clara la verdad, ratificada por la carta que muestro aquí, enviada a Roma por mi padre (es asombroso lo bien que funcionaban los servicios postales de entonces), que demuestra de forma fehaciente que estábamos alojados en la Pensione Antares (un nombre mucho más elegante y estelar), situada en el número 8 de la Via del Viminale, muy cerca de la muy famosa Stazione Termini, inmortalizada por Vittorio De Sica en su célebre película.
A mí el barrio no me gustaba nada, aunque todos decían (nunca llegaron a convencerme de ello) que era muy céntrico y que desde allí podíamos ir andando a cualquier parte.
Eso sí, como D. Pedro Dellmans era un santo varón, no era muy complicado escaquearse, pese a la severa vigilancia de un D. Fidel García Cuéllar preocupado por los periódicos comunistas italianos y por otros con chicas ligeras de ropa en su portada, que él aseguraba que también eran comunistas. Yo no me llevaba muy bien con D. Fidel, pero debo decir que me alegré mucho de verle hace unos días y comprobar que, a sus 91 años, se encuentra estupendamente. Ojalá pudiera abrazar, también, a todos nuestros profesores del Ramiro. Solo tengo recuerdos buenos de ellos.

Coliseo
El caso es que, como digo, los monumentos romanos, al igual que la totalidad de la ciudad, eran entonces en blanco y negro. Solo el Vaticano parecía tener, desde algunas perspectivas, un cierto tono coloreado, similar al de las viejas postales iluminadas a mano, pese a que la foto que guardamos de aquel momento insiste en lo contrario.
En aquel primer viaje a Roma, el aluvión cultural que se nos vino encima fue monumental (en el sentido más literal de la palabra). Era imposible no sucumbir ante el ataque masivo de más de dos mil años de historia que caían sobre nuestras jóvenes cabezas, sin demostrar la más mínima compasión por nosotros.
Una avalancha de piedras milenarias en blanco y negro, desprovistas de la piedad que hubiera parecido lógico presumir intramuros de la Ciudad Eterna, nos arrasó, dejando tan solo en pie un par de estatuas de mármol de Miguel Ángel, la enorme cúpula en San Pedro, el Coliseo y unas escalinatas llenas de puestos de flores.

Fontana di Trevi
Al margen de eso, tres imágenes se quedaron ya grabadas para siempre en nuestro recuerdo (al menos en el mío).
Y lo hicieron hasta tal punto que en todas las ocasiones futuras siguieron llamando mi atención, con una perenne y magnética fuerza, a la que yo nunca he sido capaz de resistirme.
Para más adelante quedarán esos lugares tan recurrentes en mis posteriores viajes, como el Trastevere, las vistas desde los puentes sobre el Tíber con la cúpula del Vaticano al fondo, la plaza Navona y su Fuente de los Ríos, la Bocca della Verità y, claro está, el Castel Sant'Angelo, desde cuyas almenas saltase hacia la eternidad la valerosa Floria Tosca para volver a encontrarse con su Cavaradossi... 

Pero la Roma en blanco y negro tenía una imagen dominante de Fellini, con la Fontana di Trevi al fondo (Via Veneto y su Ambasciatori Palace - reservado por mi amigo Paquito - también vendrían luego). Esa fuente monumental eclipsaba otras obras de arte más valiosas, hasta el punto de relegar a muchas de ellas a categorías inferiores a las que, en justicia, les correspondían. 
La fuente es, desde hace más de medio siglo, el icono universal de Fellini y, en homenaje a él, por la noche crece el poder de Neptuno, pareciendo cobrar vida en ausencia de los incómodos turistas.

Foro Romano
El Foro Romano también era, entonces, en blanco y negro. Creo que es la única vez que lo he visto así, porque nunca dejo de visitarlo cuando voy a Roma y hay verde entre las ruinas y el cielo se mueve, azul, en los huecos que le hacen las nubes. Pero en abril de 1965 era en blanco y negro, lo recuerdo muy bien. El color debieron ponerlo después... o lo quitaron para nuestra visita, no lo sé.
Gómez decía que la ciudad estaba de luto por la muerte de Juan XXIII, una teoría muy poco consistente, como casi todas las de mi eterno y muy apreciado compañero de clase, al que no puedo evitar recordar con una gorrilla ladeada y un chaleco que siempre le quedaba corto (y con todo el cariño que merece, claro).
Asombraba que casi todo el mármol original hubiese desaparecido y que fuese necesario hacer un esfuerzo significativo con la imaginación para reconstruir aquel glorioso corazón de la república y el imperio, aunque se nos intentó tranquilizar asegurándonos que una buena parte de esas venerables piedras estaba ahora en el Vaticano y en otros palacios e iglesias de Roma. Aceptamos la explicación, que solo calmó parcialmente nuestra preocupación, al imaginarnos a Julio César atendiendo, poco convencido, a semejantes justificaciones.

Panteón de Agripa
Como tercer gran icono de aquel viaje quedó el Panteón.
El Panteón de Agripa no es solo el monumento antiguo que mejor se ha conservado en Roma, sino, probablemente, una de las más extraordinarias obras de arquitectura de toda la historia. Parece que el edificio que ha llegado hasta nuestros días no es el original, sino el construido en los tiempos del emperador Adriano, quien no quiso que su nombre fuese el que apareciera en el monumento, por lo que conserva la inscripción original que sigue atribuyendo el mérito al que levantara Marcus Agrippa en tiempos de Augusto, el primer emperador romano. 
Desde hace muchos siglos es una iglesia católica (Santa María de los Mártires) que ha mantenido intactas casi todas sus virtudes arquitectónicas a través del tiempo, algo verdaderamente insólito y por lo que todos debemos felicitarnos.
Hoy, la zona que rodea el Panteón es una de las más animadas de Roma, con bares, hoteles, comercios y, sobre todo, terrazas y restaurantes atractivos y concurridos. Una de las mejores opciones para una cena al aire libre en las frecuentes noches templadas de la ciudad (y mucho más interesante que el régimen de pensión completa que teníamos establecido en la desaparecida Pensione Antares).

Basílica de San Pedro
Tuvimos un largo recorrido por las Catacumbas que, al parecer, fue muy especial (dicen que con misa incluida, algo que yo no soy capaz de recordar). Yo, tal vez para evitar, inconscientemente, comparaciones poco justas con aquella ocasión, nunca he vuelto por allí.
Y, desde luego, también lo fue el dedicado a las cuatro basílicas mayores, que sí son de obligada y reposada visita para cualquier viajero, cada vez que llegue a la capital de Italia.

Hoy, cuando pensamos que ha pasado medio siglo desde aquel viaje, que empezó el 2 de abril de 1965 y terminó quince días más tarde, nos damos cuenta de que cincuenta años son poca cosa para una ciudad que recibe el apelativo de 'eterna', aunque sí hayan sido muchos para nosotros.
En Roma pasamos cuatro noches y tres intensas jornadas que dejaron un recuerdo imborrable en todos los que tuvimos la suerte de compartir aquel recorrido que casi ponía el punto final a nuestros intensos años de vida común en el Ramiro. Un par de meses después, llegarían los exámenes de Preu y, con ellos, la despedida... hasta nuestra gran cita del 20 de junio de 2015, en la que volveremos a encontrarnos.


Hoy, Roma es una ciudad llena de color, a la que he tenido la ocasión de ir con frecuencia gracias, entre otras cosas, a que en ella vivió mi hija durante algún tiempo. Pero en mi primer viaje, en nuestro primer viaje, se conservaba, aún, heredera de aquella dolce vita felliniana que la colocó en las retinas del mundo bajo una nueva óptica, sofisticada, decadente... y, sobre todo, en blanco y negro.

2 comentarios:

  1. Comentario de Fernando Pérez Alonso:

    ¿Recordáis que en la primera etapa del viaje, en Barcelona, se dejaron todos los equipajes en la baca del autocar, y nos llamaron del hotel para decir que una furgoneta se los estaba llevando? Salimos a todo correr y conseguimos que sólo desaparecieran las maletas de tres o cuatro, entre ellos creo recordar la de Solís, a los que Don Pedro Dellmans mantuvo a pan y agua de calzoncillos y calcetines, que les compraba con cuentagotas, durante todo el viaje.
    Después estuvimos en Avignon, Niza y luego Génova y Pisa por las estupendas autopistas que nos parecían de ciencia-ficción.
    Llevábamos todos un cargamento de botellas de Fundador, que se vendía estupendamente en Italia, y me recuerdo entrando en las tabernas de Génova para venderlas.
    De Pisa tengo, pero no sé dónde, fotos en color, Kodacolor o Eastmancolor o lo que fuera. Dudo si ya estaba de moda poner un dedo para sostener la torre de Pisa, pero creo que estábamos muy formales con nuestras chaquetas y corbatas, muy serios delante de los monumentos.
    Luego Roma, entonces no estaba en el Vaticano La Pietá de Miguel Ángel porque se la llevaron a la Expo Mundial de Nueva York, pero el que estaba, y fuimos a una Audiencia multitudinaria con él, era Pablo VI, así que Juan XXIII estaba en la Gloria desde hacía casi dos años.
    Por supuesto que tuvimos una misa en las Catacumbas, creo que el monaguillo fue Antonio Almagro, seguramente por el ascendiente arqueológico de su padre D. Martín.
    Luego Siena, Florencia (que llamaba Firenze el entrañable Carlos Falcones), Padua, Venecia aunque vivíamos en Mestre, Milán...... y vuelta a Barcelona. Quince días históricos. Un buen recuerdo.
    Un abrazo.

    Fernando Pérez Alonso

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  2. La foto de la pechina de San Pedro me suena.

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