miércoles, 6 de abril de 2016

Cementerio de la Almudena, 4 de abril de 2016




Nosotros ya sabíamos que cincuenta años pasan rápido. Teníamos lo suficientemente próxima la fecha de nuestra celebración en el Ramiro como para olvidar algo que, en cualquier caso, resulta obvio a medida que avanza la vida.
Sin embargo, creo que ninguno éramos del todo conscientes de la cercanía de las dos fechas: la del final del Ramiro y el de don Antonio Magariños.
Hablo, claro, en sentido figurado, pues ni uno ni otro han terminado más que en su contacto directo con una experiencia vital (la nuestra), que nos marcó de forma tan notable.
Don Antonio y el Ramiro estaban (están) indisolublemente unidos. Fue nuestra promoción la última que salió del Instituto estando él y, aunque parezca muy fuerte decirlo, todo aquello que habíamos vivido durante tantos años (algunos doce o trece) ya nunca volvería a ser igual. Ese binomio que parecía eterno, se deshizo.

La tumba de don Antonio Magariños en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena













No quisimos saber lo que pasó después. Volver pronto era como regresar a un lugar en el que nunca habíamos estado. Las casualidades, a veces, condicionan muchos aspectos de la vida.


Cuando don Antonio murió dejó huérfano al Ramiro. Y ayer, 4 de abril de 2016, se cumplieron cincuenta años de aquel tremendo suceso.
Su corazón estaba agotado por el inmenso ritmo al que había sido sometido por quien creía en la bondad, la honradez, la entrega y la justicia por encima de cualquier otra cosa. Incluso por encima de su propia salud. Don Antonio Magariños lo entregó todo, nos lo entregó todo.

Álvaro Martínez-Novillo reflexiona, próximo a don Antonio





Llovía. Llovía mucho en una mañana de abril en la que parecía que don Antonio, desde su privilegiada posición sobre las nubes, quería renunciar al imprescindible acto de agradecimiento de sus discípulos. Ya sabemos que él nunca quiso distinciones ni honores. No los necesitaba. Los llevaba dentro, eran una parte sustancial de su patrimonio como hombre bueno y justo. Pero allí estuvieron sus alumnos. El honor era para quienes tuvieron la suerte de poder estar con él, junto a su tumba, en la que también descansan sus padres y su esposa, doña Pilar.

Manolo Gómez protege de la lluvia la lectura de Francisco Brändle
Fueron momentos de especial emoción.
Martín Almagro, hermano mayor de nuestro compañero de curso, pronunció unas intensas palabras que todos hicimos nuestras por su verdad y profundo sentimiento. Luego fue Javier Mendoza quien habló, incluyendo en su emotivo discurso unas poéticas reflexiones de Antonio Machado, muy apropiadas al momento y de gran belleza en sí mismas.
Francisco Brändle fue el responsable, con su entrañable buen hacer habitual, de la expresión religiosa de un instante que permanecerá imborrable en la memoria de todos los asistentes.


Martín Almagro nos habla, emocionado, de la 'auctoritas' (prestigio y sabiduría) de don Antonio




El director del Instituto (Jesús Almaraz) y la secretaria (Cristina Domínguez) estuvieron presentes y ella fue quien depositó un ramo de flores sobre la lápida. Junto a estas flores, Javier Mendoza tuvo el bonito detalle de colocar una camiseta de nuestra promoción y el listado completo de cuantos formamos parte de ella, con lo que bien podemos decir que todos hemos estado presentes. Una bufanda del Estudiantes completó el conjunto de lo ofrecido simbólicamente.

Javier Mendoza y Felipe Samarán (59), detrás, la secretaria del Instituto







Antes de terminar el acto, se leyó el contenido de un 'Sobre y Carta' que los alumnos de don Antonio habíamos escrito a sus padres y que, asimismo, fue entregado junto con todo lo demás.
No tenemos el texto de Martín Almagro, pero sí los otros dos, que reproducimos a continuación.

Lo que dijo Javier Mendoza frente a la tumba de don Antonio:

Hablando con Dios de don Antonio,  lo apropiado es escuchar, y si hay que decir, decir poco y bueno.

Y de hacerlo, hacerlo con palabras veraces, sencillas, esenciales. Lo intento, escuchando lo que me sopla Antonio Machado, que está hablando de Giner de los Rios, su maestro, al recordarle.

Me dice: 

–No sé, amigos, mas cantar no puedo, que se ha dormido la voz en mi garganta y tiene el corazón un salmo quedo, que ya solo reza el corazón, no canta.

No es verdad del todo, pues si se fue hace cincuenta años, pensamos que se nos fue hacia la luz. Jamás creeremos en su muerte, que solo pasan para siempre los  muertos y las sombras y no es el caso.

Don Antonio fue un hombre incapaz de mentir e incapaz de callar la verdad, nunca pretendía herir o denigrar al prójimo, sino mejorarle. Carecía de vanidades, pero no de orgullo. Era austero, sencillo. Convencido de ser, desdeñaba el aparentar. Era un místico, pero no contemplativo y extático, sino laborioso y activo. Tenía el alma fundadora de Teresa de Ávila y de Íñigo de Loyola, y se adueñaba de los espíritus, los nuestros, por la libertad y el amor. ¿Qué imán invisible tiene su alma, tan fuerte y tan pura, que todavía atrae y de qué manera?. Creyó en la ciencia estimulando el alma, para que lo enseñado y aprendido fuera pensado y vivido. No una rama, o una flor... o una fruta, sino una semilla que ha de germinar, florecer y madurar en las almas. Porque pensaba y actuaba así, hizo tantos maestros como discípulos tuvo.

Sí, el corazón reza, pero tiene motivos para cantar y lo hace, un tanto desgarrado, pero lo hace.

Vuelvo a Machado que habla a Dios así:

–Señor, me cansa la vida, tengo la garganta ronca de gritar sobre los mares, la voz de la mar me asorda. Señor, me cansa la vida y el universo me ahoga. Señor, me dejaste solo, solo con el mar a solas. O tú o yo, jugando estamos al escondite, Señor, o la voz con que te llamo, ¿es tu voz? Por todas partes te busco sin encontrarte jamás, y en todas partes te encuentro, solo por irte a buscar.

Y yo digo ahora:

–Señor, gracias por don Antonio y encuéntranos, como hiciste con él.

Javier Mendoza lee ante la tumba de don Antonio

El 'Sobre y Carta' dirigido a los padres de don Antonio dice así:

Querido don Antonio:

Sus alumnos nos vemos hoy obligados a romper con una inveterada costumbre del Instituto y, esta vez, somos nosotros quienes escribimos un ‘Sobre y Carta’.

Va dirigido, como es lo habitual, a sus padres, don Manuel Magariños y doña Ignacia García, quienes comparten morada con usted bajo esta blanca lápida. Pero, quebrando otra norma de los viejos tiempos del Ramiro, incluimos también, como destinataria, a su esposa, doña Pilar Ramón, que tanta responsabilidad tiene en todo lo que usted hizo por nosotros.

En este ‘Sobre y Carta’ que les enviamos, contamos a sus padres (quienes se ausentaron de este mundo sin llegar a saber que su hijo se convertiría en el alma de la más notable institución de enseñanza media de España) que él fue, precisamente, quien nos enseñó, con su ejemplo, a apreciar el valor de la palabra y de la razón como armas supremas en la lucha por la justicia. Y que las dos están muy por encima de cualquier otro método con el que se busque el reconocimiento de la autoridad o la virtud. Una autoridad y una virtud que, lo sabemos por experiencia, en unos son innatas y, en la mayoría, usurpadas en su origen y adulteradas en su aplicación.

Nosotros, sus alumnos, somos unos privilegiados, don Antonio. Por eso estamos aquí. Porque usted nos dio, con absoluta generosidad y gran sabiduría (sin exigir, a cambio, nada más que el aprecio por la dignidad, el respeto y la lealtad), tantas cosas buenas que hoy, en esta mañana de primavera, tras medio siglo echando de menos su presencia y sus enseñanzas, hemos querido venir a recordar juntos estos versos del poeta latino Horacio que, sin duda, fueron escritos, premonitoriamente, para usted:

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Sin dardos ni azagaya va seguro
el hombre justo y bueno
que, libre de culpa y de maldad ajeno,
mantiene su fervor íntegro y puro...

Su fervor por todos nosotros, don Antonio. Y su fervor por la honradez y la verdad.
Reciba eternamente nuestro infinito cariño,

Los alumnos del Ramiro de Maeztu


Paco González leyendo el 'Sobre y Carta' dirigido a los señores Magariños




A nuestra promoción, por las circunstancias que hemos comentado más arriba, le correspondía tomar la iniciativa del homenaje a don Antonio Magariños y ha sido una enorme satisfacción comprobar el cariño con el que todos han respondido a nuestra propuesta. Les damos las gracias por hacerlo, mientras insistimos (nuca nos cansaremos de hacerlo) en reiterar un infinito agradecimiento hacia quien fue el gran maestro de cuantos pasamos por aquel Ramiro de Maeztu que tanto queremos.

Más de treinta discípulos de don Antonio, de varias promociones del Ramiro, estuvieron en la Almudena

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