martes, 21 de junio de 2016

El gran álbum de fotos del Ramiro

Gracias a la celebración de las bodas de oro de nuestros compañeros de la Promoción 66, ha aparecido un documento fantástico, reflejo de un 'mundo maravilloso' que se resiste a pasar al olvido.
Luis Adrados (66) nos ha hecho partícipes de un viejo 'álbum', nacido íntegramente en los talleres del Instituto, que contiene un material gráfico extraordinario. Algunas de las fotografías ya las conocíamos, claro, pero otras son inéditas (al menos, lo son para mí).
Esta joya ha llegado digitalizada (no hemos podido, aún, ver el original) a través de otros dos compañeros: José Ignacio González Pisón y Santos del Coso, quien, a su vez, lo obtuvo de un miembro de una promoción anterior a la nuestra. Muchas gracias a todos ellos.

Aquí lo reproducimos para todos, en formato de película, con unas leves modificaciones introducidas en el material que nos han transmitido. A disfrutarlo, compañeros.


Para ver con mejor calidad el vídeo, pinchar en YouTube

miércoles, 1 de junio de 2016

Iglesia del Espíritu Santo, 4 de abril de 2016


La vinculación histórica y emocional de la iglesia del Espíritu Santo con el Ramiro es inequívoca, por más que la puerta que da acceso a ella desde el Instituto lleve muchos años cerrada. 
Ya hemos hablado de la capilla de la Virgen en otra ocasión anterior, dejando constancia de algunos de los fuertes lazos que ligan a una y otro, pero todos sabemos que la relación con el Espíritu Santo iba, al menos en nuestro tiempo, mucho más lejos.
Tal vez por eso fue, para mí al menos, una sorpresa enterarme (no lo supe en su día) de que el funeral por don Antonio Magariños no tuvo lugar en este templo, sino en la cercana parroquia de San Agustín. Bien es cierto que se hicieron dos misas en el Espíritu Santo el día 5 de abril (a las diez de la mañana y a las ocho de la tarde), pero tanto el funeral como la conducción del cadáver tuvieron lugar al día siguiente, en y desde San Agustín.
Dado que desconozco las causas por las que así se decidió, no estoy en condiciones de enjuiciar este hecho, sino tan solo de constatar mi extrañeza.

Cuando nuestra promoción empezó a poner en marcha la idea del homenaje a don Antonio, siempre tuvimos claro que una parte fundamental del mismo debía ser un acto religioso en su memoria, celebrado en la iglesia del Espíritu Santo, la iglesia del Ramiro.
Y así fue. En la tarde del día 4 de abril de 2016, concretamente a las siete y media de la tarde, cerca de trescientas personas, en su gran mayoría antiguos discípulos suyos, nos dimos cita para recordarle y vivir una intensa hora de emociones junto a su memoria, con nuestros sentimientos desbordados.



















Son varios los compañeros que hicieron posible una celebración tan especial en el mejor marco posible para ello. Si pretendemos mencionar a todos, nos dejaremos a más de uno en el tintero, pero es imprescindible nombrar, al menos, a quienes más han contribuido a materializarla. 
El primero a quien tenemos que hacer referencia es a Francisco Brändle, quien, junto a un compañero del 59, Emilio García, ofició la misa, haciendo gala de una mezcla perfecta de solemnidad y cercanía, a la que no fueron ajenos los varios compañeros, de diferentes promociones, que fueron interviniendo sucesivamente y cuyos nombres podemos ver el el programa que aquí reproducimos, realizado por Manolo Tena.
















La labor de Javier Mendoza fue fundamental, organizando todos los detalles y pormenores, entre los que merece especial mención la magnífica intervención del coro Aldebarán, al que él mismo pertenece, junto a otros compañeros. 
Y tampoco podemos olvidar a Manolo Cociña, cuya gestión con el rector del Espíritu Santo, Ángel Gómez-Hortigüela, resultó decisiva. Justo es reseñar aquí la cariñosa acogida que el rector nos dispensó desde el primer momento, consiguiendo que, verdaderamente, nos sintiésemos en nuestra casa y nos llegase a parecer que el tiempo no había transcurrido para nosotros entre aquellos muros.














A todos los demás que han participado y han hecho posible esta celebración, nuestra infinita gratitud por su generosa ayuda, que sabemos ha sido de corazón. 

Esa tarde, la iglesia del Espíritu Santo parecía más luminosa que nunca; su nave, más alta; los frescos de Stolz, más brillantes; y las esculturas de Adsuara, más bellas. Era como si Miguel Fisac hubiese dado orden de dejarla como nueva, tal como estaba aquel ya lejano 12 de octubre de 1946, día en el que fue inaugurada.














Y el órgano sonaba, como si estuviera frente a su teclado el padre Ignacio, a quien en esta ocasión ayudaban las expertas manos de la excelente organista y soprano Celia Alcedo... mientras su voz alternaba con las del coro Aldebarán, ilustrando musicalmente una tarde que nunca olvidaremos quienes tuvimos la suerte de asistir. A los que no pudieron venir, les sentimos allí, a nuestro lado. Sabemos que muchos estuvieron con nosotros y, sobre todo con don Antonio, desde la distancia. La intensa lluvia de la mañana, en el cementerio había remitido. Ya no era tiempo de lágrimas de tristeza, sino solo de esas otras provocadas por la intensa emoción. Y no faltaron, desde luego.

Todos los compañeros que hablaron lo hicieron al lado de las mismas flores que, unas  horas antes, habían estado sobre la tumba de don Antonio, que ahora reposaban al pie del impresionante atril del águila dorada de San Juan. Brändle nos lo recordó, muy oportunamente, y fue una forma simbólica de tener a nuestro maestro junto a nosotros.

La música jugó, como ya hemos dicho, un papel fundamental. No nos es posible incluir aquí el bello repertorio con el que Aldebarán y Alcedo nos obsequiaron, pero baste decir que sus voces cubrieron de emoción y solemnidad la ceremonia. Como ejemplo, recordamos el Ave María de Schubert, cantado por Celia Alcedo en el ofertorio, y reproducido en este vídeo en la versión de la gran soprano americana Barbara Bonney, que nos sirve como nexo de unión para presentar unas cuantas imágenes vividas en la tarde del 4 de abril de 2016:


Ya somos todos mayores (mucho mayores) que don Antonio, pero él continúa siendo nuestro maestro y, estando cerca de él, como lo estuvimos aquella tarde de abril, seguimos sintiéndonos eternamente niños.

viernes, 6 de mayo de 2016

Por qué queremos a D. Antonio

Desde tiempo inmemorial, esta pregunta ("¿Por qué quieres a...?") ha sido una de las más difíciles de responder con precisión. Sabemos a quién queremos, sí, pero cuando nos vemos en la tesitura de concretar las causas, nuestra elocuencia se ve perturbada por la casi inevitable mezcla de razones y sentimientos, que complican la claridad de nuestra disertación. Y es algo que nos sucede, incluso, cuando estamos hablando con nosotros mismos.
Uno de los motivos más frecuentes de la confusión suele ser consecuencia, precisamente, de nuestros poco eficaces (aunque concienzudos) intentos de racionalizar los sentimientos.

Para resolver este conflicto en nuestra mermada expresividad, solemos recurrir a métodos tan expeditivos como el "¡porque sí, y ya está!", o a otros algo más sutiles, como el utilizado en el ya antiguo anuncio de BMW Serie 3 Coupé, que tanto éxito tuvo en su día (quien no lo recuerde, puede verlo en este enlace).

Que a don Antonio Magariños le queremos está fuera de toda duda. Sobre todo, cuando, como ahora, disfrutamos de una perspectiva vital amplia, muy amplia. Cuando contemplamos sus gigantescas virtudes desde el medio siglo que nos separa de él, somos conscientes de que emergen con poderosa energía sobre el respeto que nos infundía (y que le seguimos teniendo), fruto de su auctoritas innata.

Don Antonio decidió dedicar su vida a la formación de la juventud, en esa etapa tan crucial que va desde la niñez al final de la adolescencia. Para ello, renunció a otras posibilidades que su inteligencia, preparación y conocimientos le brindaban, en una España en la que no sobraban los intelectuales con reconocida capacidad para la docencia universitaria, como era su caso. Nosotros, los alumnos del Ramiro de Maeztu anteriores a 1966, tuvimos la inmensa fortuna de cruzarnos con él.

Nuestro compañero Álvaro Martínez-Novillo ha escrito unas líneas en las que se resume, con enorme acierto, la semblanza de un hombre notable, generoso y difícilmente repetible. A muchos nos hubiese gustado leer estas palabras en el documento de presentación de su homenaje, así que las transcribo aquí para que sean acogidas como tal. Especial mención merece el último párrafo, en el que Álvaro nos recuerda a quienes fueron nuestros compañeros, sus hijos. Para ellos también es el homenaje dedicado a su padre:


Si no supiéramos determinados detalles de su biografía, e intuyéramos otros más profundos de su personalidad, resultaría paradójico que una persona con un perfil académico tan universitario como don Antonio Magariños, decidiese consagrar su laboriosa vida a los alumnos de bachillerato, cuando él, apenas cumplidos los veintitrés años, ya había accedido a una plaza de profesor ayudante de don Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca.

No es un misterio que don Antonio había decidido consagrar su vida para evitar que se repitieran los terribles hechos que condicionaron la vida de los españoles de su generación. Estaba firmemente convencido que era en la enseñanza media donde mejor se podían educar los jóvenes espíritus en los valores humanos. Y no sólo a los jóvenes, porque no se puede entender su entrega total al instituto sin pensar en el nocturno pensado para trabajadores que buscaban en el estudio una vida mejor.

A punto de abandonar ya el Ramiro, Magariños nos explicó, con cierta viveza, a los de 'letras', cómo Virgilio retrataba sin falso heroísmo a quienes habían participado en el dilatado asedio de Troya: “Fracti belli fatisque repulsi tot iam labentibus annis” –“Cansados de la guerra y rechazados por los hados, después de transcurridos tantos años”-, porque  Antonio había conocido aquello que el poeta narraba...

Cuentan que Unamuno recordaba a sus alumnos que la palabra “disciplina” procedía de la latina “discipulina”, explicándoles que la disciplina no era algo que acabase en sí misma, sino que era un medio necesario para poder atender al maestro y así alcanzar el conocimiento que les brindaba. En este sentido debemos interpretar el continuado esfuerzo de Magariños en inculcarnos un sentido de responsabilidad.

Pero no fue solo su figura la que nos influyó, sino también la de sus hijos, nuestros compañeros y amigos, cuyo recuerdo no consigue borrar el tiempo.


Hay muchos motivos para querer a don Antonio. Nosotros los conocemos bien, los sentimos en nuestro interior y estamos deseando exteriorizarlos para compartirlos con el mundo, con esos compañeros más jóvenes que no tuvieron la suerte de conocerle en persona, con los profesores actuales del Instituto Ramiro de Maeztu...

Tal vez este amor por él y por su obra sea el mejor homenaje que podemos darle.


viernes, 29 de abril de 2016

Magariños, provincia de Pontevedra

Las fotografías y la información que nos ha enviado nuestro compañero Juan José Molina sobre los orígenes gallegos de don Antonio son realmente interesantes.
Si bien es cierto que él nació en Madrid, es evidente que (al menos por parte de padre) su ascendencia gallega es muy clara. Y no solo lo es el apellido Magariños, sino que el segundo de su padre (Mera) también está extendido por una buena parte de Galicia.














Molina ha visitado Magariños, y nos cuenta que es una pequeña aldea del ayuntamiento de Valga, en Pontevedra, localidad situada a pocos kilómetros de Padrón, en la carretera nacional de Santiago a Pontevedra. 
El apellido homónimo parece estar extendido por Valga y los concellos (municipios) vecinos de Padrón, Pontecesures y A Estrada, siendo menos frecuente en Santiago, Negreira y Vigo.
Vista general de Magariños
















Iglesia parroquial de Setecoros
Al parecer, en esta zona (cerca de la actual parroquia de Setecoros, a la que pertenece Magariños) existió un establecimiento romano, del que aún se conserva algún resto como, por ejemplo, un capitel (ver fotografía abajo) que debió pertenecer a algún monumento antiguo y que hoy encontramos formando parte de una columna de la iglesia de Setecoros.

















Nuestro compañero nos dice, literalmente: "El rastro romano está presente en el propio topónimo 'Magariños', derivado de 'Macarius', del griego Mákar (dichoso, feliz, bienaventurado), señor romano poseedor del lugar tras la conquista".

Un hórreo en Magariños

Fuente-lavadero (Magariños)




Las fotos son muy atractivas, especialmente por el paisaje y por algunos vestigios antiguos, ya que las pocas casas que hay son todas modernas.
Del mismo modo, son interesantes las de Setecoros, con vistas a Magariños, y que, asimismo, nos ha facilitado Juanjo Molina.

Vista desde Magariños

Retablo de las Ánimas, iglesia parroquial de Setecoros

Cementerio de Setecoros

Capitel romano en la iglesia de Setecoros



















































A través de las pesquisas de nuestro compañero conocemos ahora, algo mejor, aquellas tierras que, muy probablemente, fueron origen de los ancestros de don Antonio y el pequeño pueblecito gallego que tiene su apellido, una aldea de apenas veinte habitantes, situada a un kilómetro de la carretera general, entre montes y valles eternamente verdes. 

¡Gracias, Juanjo!
















lunes, 25 de abril de 2016

In Memoriam

La jornada matutina del 4 de abril, vivida en el cementerio de la Almudena, fue de una enorme emoción.
Este vídeo, realizado con las fotografías que allí se tomaron, permite hacerse una idea de lo que fue a quienes no tuvieron la oportunidad de participar en directo. Y para los que sí pudimos estar presentes, un recuerdo de lo que todos (la gran mayoría de los ausentes estuvieron junto a don Antonio Magariños en espíritu) sentimos en aquellos inolvidables momentos...



Para ver con mayor calidad el vídeo, pinchar en YouTube

miércoles, 6 de abril de 2016

Cementerio de la Almudena, 4 de abril de 2016




Nosotros ya sabíamos que cincuenta años pasan rápido. Teníamos lo suficientemente próxima la fecha de nuestra celebración en el Ramiro como para olvidar algo que, en cualquier caso, resulta obvio a medida que avanza la vida.
Sin embargo, creo que ninguno éramos del todo conscientes de la cercanía de las dos fechas: la del final del Ramiro y el de don Antonio Magariños.
Hablo, claro, en sentido figurado, pues ni uno ni otro han terminado más que en su contacto directo con una experiencia vital (la nuestra), que nos marcó de forma tan notable.
Don Antonio y el Ramiro estaban (están) indisolublemente unidos. Fue nuestra promoción la última que salió del Instituto estando él y, aunque parezca muy fuerte decirlo, todo aquello que habíamos vivido durante tantos años (algunos doce o trece) ya nunca volvería a ser igual. Ese binomio que parecía eterno, se deshizo.

La tumba de don Antonio Magariños en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena













No quisimos saber lo que pasó después. Volver pronto era como regresar a un lugar en el que nunca habíamos estado. Las casualidades, a veces, condicionan muchos aspectos de la vida.


Cuando don Antonio murió dejó huérfano al Ramiro. Y ayer, 4 de abril de 2016, se cumplieron cincuenta años de aquel tremendo suceso.
Su corazón estaba agotado por el inmenso ritmo al que había sido sometido por quien creía en la bondad, la honradez, la entrega y la justicia por encima de cualquier otra cosa. Incluso por encima de su propia salud. Don Antonio Magariños lo entregó todo, nos lo entregó todo.

Álvaro Martínez-Novillo reflexiona, próximo a don Antonio





Llovía. Llovía mucho en una mañana de abril en la que parecía que don Antonio, desde su privilegiada posición sobre las nubes, quería renunciar al imprescindible acto de agradecimiento de sus discípulos. Ya sabemos que él nunca quiso distinciones ni honores. No los necesitaba. Los llevaba dentro, eran una parte sustancial de su patrimonio como hombre bueno y justo. Pero allí estuvieron sus alumnos. El honor era para quienes tuvieron la suerte de poder estar con él, junto a su tumba, en la que también descansan sus padres y su esposa, doña Pilar.

Manolo Gómez protege de la lluvia la lectura de Francisco Brändle
Fueron momentos de especial emoción.
Martín Almagro, hermano mayor de nuestro compañero de curso, pronunció unas intensas palabras que todos hicimos nuestras por su verdad y profundo sentimiento. Luego fue Javier Mendoza quien habló, incluyendo en su emotivo discurso unas poéticas reflexiones de Antonio Machado, muy apropiadas al momento y de gran belleza en sí mismas.
Francisco Brändle fue el responsable, con su entrañable buen hacer habitual, de la expresión religiosa de un instante que permanecerá imborrable en la memoria de todos los asistentes.


Martín Almagro nos habla, emocionado, de la 'auctoritas' (prestigio y sabiduría) de don Antonio




El director del Instituto (Jesús Almaraz) y la secretaria (Cristina Domínguez) estuvieron presentes y ella fue quien depositó un ramo de flores sobre la lápida. Junto a estas flores, Javier Mendoza tuvo el bonito detalle de colocar una camiseta de nuestra promoción y el listado completo de cuantos formamos parte de ella, con lo que bien podemos decir que todos hemos estado presentes. Una bufanda del Estudiantes completó el conjunto de lo ofrecido simbólicamente.

Javier Mendoza y Felipe Samarán (59), detrás, la secretaria del Instituto







Antes de terminar el acto, se leyó el contenido de un 'Sobre y Carta' que los alumnos de don Antonio habíamos escrito a sus padres y que, asimismo, fue entregado junto con todo lo demás.
No tenemos el texto de Martín Almagro, pero sí los otros dos, que reproducimos a continuación.

Lo que dijo Javier Mendoza frente a la tumba de don Antonio:

Hablando con Dios de don Antonio,  lo apropiado es escuchar, y si hay que decir, decir poco y bueno.

Y de hacerlo, hacerlo con palabras veraces, sencillas, esenciales. Lo intento, escuchando lo que me sopla Antonio Machado, que está hablando de Giner de los Rios, su maestro, al recordarle.

Me dice: 

–No sé, amigos, mas cantar no puedo, que se ha dormido la voz en mi garganta y tiene el corazón un salmo quedo, que ya solo reza el corazón, no canta.

No es verdad del todo, pues si se fue hace cincuenta años, pensamos que se nos fue hacia la luz. Jamás creeremos en su muerte, que solo pasan para siempre los  muertos y las sombras y no es el caso.

Don Antonio fue un hombre incapaz de mentir e incapaz de callar la verdad, nunca pretendía herir o denigrar al prójimo, sino mejorarle. Carecía de vanidades, pero no de orgullo. Era austero, sencillo. Convencido de ser, desdeñaba el aparentar. Era un místico, pero no contemplativo y extático, sino laborioso y activo. Tenía el alma fundadora de Teresa de Ávila y de Íñigo de Loyola, y se adueñaba de los espíritus, los nuestros, por la libertad y el amor. ¿Qué imán invisible tiene su alma, tan fuerte y tan pura, que todavía atrae y de qué manera?. Creyó en la ciencia estimulando el alma, para que lo enseñado y aprendido fuera pensado y vivido. No una rama, o una flor... o una fruta, sino una semilla que ha de germinar, florecer y madurar en las almas. Porque pensaba y actuaba así, hizo tantos maestros como discípulos tuvo.

Sí, el corazón reza, pero tiene motivos para cantar y lo hace, un tanto desgarrado, pero lo hace.

Vuelvo a Machado que habla a Dios así:

–Señor, me cansa la vida, tengo la garganta ronca de gritar sobre los mares, la voz de la mar me asorda. Señor, me cansa la vida y el universo me ahoga. Señor, me dejaste solo, solo con el mar a solas. O tú o yo, jugando estamos al escondite, Señor, o la voz con que te llamo, ¿es tu voz? Por todas partes te busco sin encontrarte jamás, y en todas partes te encuentro, solo por irte a buscar.

Y yo digo ahora:

–Señor, gracias por don Antonio y encuéntranos, como hiciste con él.

Javier Mendoza lee ante la tumba de don Antonio

El 'Sobre y Carta' dirigido a los padres de don Antonio dice así:

Querido don Antonio:

Sus alumnos nos vemos hoy obligados a romper con una inveterada costumbre del Instituto y, esta vez, somos nosotros quienes escribimos un ‘Sobre y Carta’.

Va dirigido, como es lo habitual, a sus padres, don Manuel Magariños y doña Ignacia García, quienes comparten morada con usted bajo esta blanca lápida. Pero, quebrando otra norma de los viejos tiempos del Ramiro, incluimos también, como destinataria, a su esposa, doña Pilar Ramón, que tanta responsabilidad tiene en todo lo que usted hizo por nosotros.

En este ‘Sobre y Carta’ que les enviamos, contamos a sus padres (quienes se ausentaron de este mundo sin llegar a saber que su hijo se convertiría en el alma de la más notable institución de enseñanza media de España) que él fue, precisamente, quien nos enseñó, con su ejemplo, a apreciar el valor de la palabra y de la razón como armas supremas en la lucha por la justicia. Y que las dos están muy por encima de cualquier otro método con el que se busque el reconocimiento de la autoridad o la virtud. Una autoridad y una virtud que, lo sabemos por experiencia, en unos son innatas y, en la mayoría, usurpadas en su origen y adulteradas en su aplicación.

Nosotros, sus alumnos, somos unos privilegiados, don Antonio. Por eso estamos aquí. Porque usted nos dio, con absoluta generosidad y gran sabiduría (sin exigir, a cambio, nada más que el aprecio por la dignidad, el respeto y la lealtad), tantas cosas buenas que hoy, en esta mañana de primavera, tras medio siglo echando de menos su presencia y sus enseñanzas, hemos querido venir a recordar juntos estos versos del poeta latino Horacio que, sin duda, fueron escritos, premonitoriamente, para usted:

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Sin dardos ni azagaya va seguro
el hombre justo y bueno
que, libre de culpa y de maldad ajeno,
mantiene su fervor íntegro y puro...

Su fervor por todos nosotros, don Antonio. Y su fervor por la honradez y la verdad.
Reciba eternamente nuestro infinito cariño,

Los alumnos del Ramiro de Maeztu


Paco González leyendo el 'Sobre y Carta' dirigido a los señores Magariños




A nuestra promoción, por las circunstancias que hemos comentado más arriba, le correspondía tomar la iniciativa del homenaje a don Antonio Magariños y ha sido una enorme satisfacción comprobar el cariño con el que todos han respondido a nuestra propuesta. Les damos las gracias por hacerlo, mientras insistimos (nuca nos cansaremos de hacerlo) en reiterar un infinito agradecimiento hacia quien fue el gran maestro de cuantos pasamos por aquel Ramiro de Maeztu que tanto queremos.

Más de treinta discípulos de don Antonio, de varias promociones del Ramiro, estuvieron en la Almudena

lunes, 22 de febrero de 2016

Sala de música

De acuerdo, ya no conserva el magnífico sabor que tenía en sus años históricos, pero no deja de ser uno de esos rincones especiales del Instituto, con aroma de otras épocas.
Allí, sentados en unas modernas (y bastante feas) sillas, que en poco (o nada) se parecen a las elegantes butacas de nuestro tiempo, pasamos el glorioso 20 de junio de 2016 una buena parte de la inolvidable jornada del cincuenta aniversario de la promoción de oro (al menos, en ese momento lo era) del Ramiro.

Javier Mendoza toma la palabra

Las viejas y elegantes butacas de la sala de música









Una promoción de oro













Paco Infiesta fue el maestro de ceremonias, siempre eficazmente asistido por Javier Mendoza (pendiente de todos los detalles y, muy especialmente, de los musicales). El presentador oficial fue Fernando Pérez Alonso, quien nos leyó su muy acertado discurso de bienvenida, que transcribo de forma literal, con el fin de que quede constancia escrita de él para las generaciones venideras:

Queridos compañeros y amigos de la inmarcesible (del latín inmarcescibilis: que no se puede marchitar) (marchitar: en segunda acepción del diccionario de la RAE: enflaquecer, debilitar, quitar el vigor, la robustez, la hermosura), PROMOCIÓN 65 del Instituto Ramiro de Maeztu:

Sed bienvenidos a la celebración del Quincuagésimo Aniversario de haber abandonado, forzados por ese destino insaciable que nos ha llevado vaya usted a saber dónde y cómo, estas aulas, estos claustros, estas canchas de baloncesto, el internado, la cruz, el patio de columnas, la estatua.
Pero ¿que han sido cincuenta años? Un soplo la vida. Cincuenta años no es nada, y si ponéis febril la mirada, veréis que errantes en las sombras os buscan y os nombran nuestros queridos catedráticos, profesores, pipero, Chupito, etc. ¡No os vayáis! ¡No os vayáis! Pero qué le íbamos a hacer... Irnos.
Menudos estaban nuestros padres si les decíamos que queríamos seguir unos añitos más en Preu, aunque fuera Preu A, y eso que no sabían lo de las timbas de siete y media, ni las pellas en la bolera, ni lo bien que lo pasábamos fuera de claustros y aulas.
Por eso os aseguro que no importa vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que no olvidaré......mos. 

Cuando estaba preparando este sermoncillo pensaba: “Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos encadenan mi soñar.”
Pero ¡qué va! Y venciendo al olvido que todo destruye, revivo mi vieja ilusión y os propongo VOLVER para disfrutar, con la frente marchita, ahora que las nieves del tiempo platearon nuestra sien.

Así que amigos. ¡Carpe diem, quam minimum credula postero!
Ay, ese latín, ese latín, que no os habéis enterado:

Comamos y bebamos que mañana será otro día. Vamos a disfrutar y a pasarlo bien, que a lo peor el Centésimo Aniversario nos coge mayores. Aunque quizás podríamos hacerlo con ocasión del nonagésimo nono que está más cerca..............oye, es cuestión de que lo vaya organizando Paco González en su blog.

Y, tras esta brillante y emocionante alocución (de inequívocos rasgos porteños), los acontecimientos se sucedieron. 





Un par de películas, llenas de imágenes y recuerdos (que ya hemos compartido en este blog), un excelente pianista y joven compañero (Luis Ponce de León), un genial mago de nuestra propia promoción (el gran 'Figno', antes llamado Luis Ignacio Tofiño) y diversas intervenciones de varios compañeros (Motta, Muñoz-Cobo, Gómez Villegas...) nos hicieron pasar un rato estupendo, siempre acompañados de nuestras dos profesoras, Dolores Pisón y Ramona Rey, quienes, como no quisieron perderse ni un momento de nuestra celebración, la presenciaron en primera fila, calificando mentalmente (con evidente benevolencia) a sus antiguos alumnos.



















Dolores Pisón y Ramona Rey

Entretanto, nuestra fotógrafa oficial no paraba de retratar para la posteridad a cuantos tuvimos la suerte de estar aquel día en el Ramiro (imágenes que pronto serán, finalmente, desveladas), incluidos los dos compañeros del 64 (Manolo Rincón y Vicente Ramos) que nos acompañaron en tan importante momento (y a quienes estamos muy agradecidos por su asistencia y cariñosa compañía). 

Pero esos impresionantes documentos gráficos individuales, llegarán un poco más adelante...

La promoción de oro, desde la retaguardia