viernes, 31 de julio de 2015

Vuelta a clase

Hacía cincuenta años que teníamos la ilusión de volver a sentarnos en una de aquellas aulas que, según nuestro punto de vista, habían permanecido absolutamente vacías y tristes durante ese medio siglo, tan solitario para ellas...

Cincuenta años esperando nuestro regreso...




Bien es cierto que el regreso a las clases tenía lugar, en nuestros años de bachillerato, a primeros de octubre (casi siempre, el día cuatro, San Francisco de Asis), pero en esta ocasión no estábamos dispuestos a esperar tanto, así que no quisimos dejarlo para el día de mi santo y el veinte de junio nos sentábamos, de nuevo, en esas sillas y frente a esos pupitres que si no eran los mismos, lo parecían,
Han desaparecido los armarios (los nuevos alumnos habrán tenido que desarrollar nuevas técnicas para superar los exámenes, porque no creo que quepan en esos casilleros tan ridículos), hay un enorme panel de corcho en la pared trasera y las pizarras (no sé si es más correcto decir 'encerados') parecen mucho más pequeñas que aquellas 'panorámicas' de nuestros días. Pero los ventanales eran los mismos (o casi), con sus características divisiones cuadradas, tan representativas de un estilo arquitectónico bellísimo que, con el paso de los años, ha sufrido tremendas agresiones, difíciles de asumir con entereza.

Entrando a clase con formalidad y orden (y sin necesidad de ser vigilados por los 'educadores')

Sin que fuese un acto premeditado, nos sentamos todos mezclados. A, B, C, D, E y F se fundieron en una nueva letra que no está en el alfabeto, pero que todos llevamos dentro. Puede que fuese la R de Ramiro y que, con la emoción, no estuviéramos en condiciones de distinguirla. Pero nos gustó. Allí estábamos todos juntos. Me pareció que no éramos un curso, sino que, más bien, nos comportábamos una sola clase, aunque tuviésemos que posar dos veces por eso de que nuestras aulas eran de cuarenta plazas.

¡Ordozgoiti y Herrero, de 'seis a nueve'!
La nota de conducta general fue buena, aunque unos cuantos compañeros se ganaron quedarse 'de seis a nueve' por hablar en clase y otros se libraron de milagro. Infiesta solo fue apercibido por sentarse mal, pero no era merecedor de castigo alguno. La buena noticia es que no hubo ningún 'sobre y carta'.

Señor Infiesta, siéntese bien... señores Merino y Pueyo, un poco de atención, por favor
García Delgado, ¡deje de reírse del profesor!








¡Buenos alumnos, sí señor!








¡Qué contentos los de la última fila!









Tagle y García Miján, ¡dejen ya de enseñarse fotos del Estudiantes y atiendan!

¡Tagle y García Miján, 'de seis a nueve'... y Morón, a la próxima!

























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